El historicismo, también denominado romanticismo, desarrollado principalmente en el siglo XIX y principios del XX concentraba todos sus esfuerzos en recuperar la arquitectura de tiempos pasados. La arquitectura historicista recrea en cada caso uno los estilos de las grandes obras del pasado de manera individual y con cierta fidelidad, aún incluyendo frecuentemente elementos técnicos y culturales modernos, mientras que la arquitectura ecléctica se dedicaba a mezclar estilos para dar forma a algo nuevo.
Podemos destacar diversas corrientes como las neobizantinas, neomudéjar, neobarrocas… aunque la que más auge tuvo fue la neogótica practicada en la Islas Británicas que se basaba, como bien indica su nombre, en un nuevo gótico resucitado. Entre las edificaciones realizadas según este estilo destaca el Parlamento Británico, proyectado por A. W. Pugin (1812-1852) y Charles Barry (1795-1860).
En España, sin embargo, el sentimiento nacionalista propio del romanticismo del momento dirigió la arquitectura historicista preferentemente hacia el estilo neomudéjar, como representante de un arte específicamente hispano.

LONDON, ENGLAND – AUGUST 18: A scenic view of the Houses of Parliament and Big Ben photographed on August 18, 2007 in London, England. (Photo by Bruce Bennett/Getty Images)
El interés durante el siglo XIX por los estilos arquitectónicos de otras épocas tiene raíces muy diferentes: podemos hablar de renovación y revitalización religiosa, de identificaciones con un pasado histórico, de evocaciones mitificadas por sentimientos románticos, pero también de búsqueda de un estilo que abre nuevos caminos a la crisis que había planteado el paulatino abandono del modelo clásico.
En Europa, desde los inicios del siglo XIX, se hace patente un fuerte deseo de rescatar el pasado medieval; en nuestro país se retrasa algunos años, siendo la literatura la encargada de preparar este paso con un amplio repertorio de obras (en su mayoría durante la década de los años 30), ya dentro del movimiento romántico. Las primeras manifestaciones arquitectónicas son de carácter efímero: arcos, galerías, quioscos… levantados para acontecimientos muy puntuales. El primer estilo que aparece es el gótico, pero con pocos años de diferencia surgió el otro camino de nuestro arte medieval: la arquitectura islámica, ya interpretada en el siglo XVIII a través de estructuras más frágiles, normalmente para exteriores, y ahora, en principio, en torno a la mitad de siglo, a base de decoraciones interiores pseudomusulmanas.
A medida que se fue profundizando en los estudios arqueológicos se descubrieron nuevas posibilidades estilísticas: neorrománico, neomudéjar, neobizantino, neoárabe, etcétera, pero el que se desarrolla con más fuerza alcanzando a todos los rincones fue sin duda el neogótico. Siempre, en todos ellos, el desarrollo ofrecía dos posibilidades: la recreación arqueológica, o sea, la repetición de fórmulas fieles a los ejemplos antiguos o también el uso de formas más libres, unas veces porque no mantenía el respeto al modelo original, otras por la utilización indiscriminada de fórmulas acopladas de manera anacrónica, lo que ocurría sobre todo al principio, a causa del desconocimiento histórico. Esta última opción formaría parte más bien del capítulo del eclecticismo.
El estudio del gótico posibilita otra vía muy minoritaria en España en la que, partiendo de una base histórica, se despoja de todo lo necesario para quedarse con la esencia, dando un estilo limpio y racional donde se prescinde de fórmulas decorativas. Fue Viollet-le-Duc su iniciador y en España está representado por las figuras de Juan Segundo de Lema y Juan de Madrazo. El primero levantó en Madrid el palacio Zabalburu, donde su principal atractivo reside en la textura de sus materiales, en ningún momento disfrazados y con un tratamiento racional de su ubicación, o en la misma combinación de estos materiales. En este mismo sentido Madrazo construyó, también en Madrid, el palacio del Conde de la Unión de Cuba.
Pero la línea habitual del neogótico es la que presenta la obra con un repertorio más o menos amplio de elementos ornamentales y con la visión a la que todos estamos acostumbrados: el arco ojival, los pináculos y torres de marcado carácter ascensional y, en general, una recopilación de piezas que iban desde las aplicaciones escultóricas a las más variadas muestras de pintura decorativa. Todo ello había sido recopilado años antes, especialmente en Francia, y discurría por los estudios de arquitectura o simplemente por las bibliotecas de los eruditos. A este proceso debemos sumar un movimiento de gran importancia como es la renovación que experimentaron las diferentes iglesias cristianas. Dejando a un lado el caso de la ortodoxa, que siguió fiel a la arquitectura bizantina, la renovación religiosa comenzó por la iglesia anglicana que ahora recibe un notable empuje, apoyándose en el expansionismo británico. El caso de la Iglesia católica es de otra índole: presionada por un sentimiento racionalista que invadía a parte de sus propios fieles y violentada su cabeza por la reunificación italiana, inicia una campaña encaminada a fortalecer la figura papal (ese es uno de los pilares del Concilio Vaticano I) y a su vez a enriquecer su liturgia como forma de afrontar los ataques de un laicismo cada vez más fuerte.
En España hay que añadir el estímulo que significa la Restauración borbónica y el reconocimiento de la religión católica como la del Estado, después de la aconfesionalidad existente durante el Sexenio revolucionario. De este modo, se restaura el Concordato de 1851 y se pone en práctica el acuerdo de la conservación, restauración y edificación de templos a cargo del Estado.
Uno de los proyectos más significativos de este período es el de la Catedral de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena, del Marqués de Cubas. Obra basada en el gótico del siglo XIII, donde se entremezclan elementos y fórmulas francesas y españolas y de la que sólo se llegó a ejecutar la cripta.
https://es.wikipedia.org/wiki/Arquitectura_historicista
http://enciclopedia.us.es/index.php/Arquitectura_historicista
http://www.artehistoria.com/v2/contextos/8111.htm
Judith Ceprián, Ana Vramulet, Jennifer Moreno, Sâmara de Oliveira